
Si hay una verdad cierta y segura en este mundo es que en cien años todos calvos, pero no deja de estremecer un poquito cuando se ve cómo ni un asunto tan privado, personal e intrasferible está a salvo de convertirse en un espectáculo de masas. La agonía retrasmitida y vendida (bien vendida, astronómicamente vendida) en los tabloides de la gran hermana Jade Goody da náuseas al más pintado. Dicen que lo ha hecho para dejarles herencia a sus hijos pero esas criaturas van a vivir recordando a su madre en la portada de OK. Contrasta lo de Goody con la discreción y elegancia con que se ha ido la pobre Natasha Richardson. Su familia la ha velado y despedido y hasta las luces de Broadway y del West End se han apagado un minuto en su recuerdo. Descansen en paz las dos, tan diferentes en la vida y en la muerte.
