jueves, 10 de julio de 2008

Mediterráneo carnívoro


Cada vez que viajo en coche con mi hijo, abrocho con cuidado los cierres de su silla especial y me paso gran parte del camino ojeando el retrovisor para cerciorarme de que va bien sujeto y seguro.

Ahora, cada vez que repito este rito, pienso en esas otras madres que se suben a un tablón para cruzar el mar en busca de una vida mejor abrazadas a sus pequeños. Aterrorizadas por si una ola se los roba, pero convencidas de que es la única salida.

Sigo abrochando con tesón los cierres y vigilando sin parar a mi enano en la trasera del coche. Y voy a dedicar el resto de mi vida a meterle en la cabeza lo afortunado que es. A que respete su suerte, la disfrute y en la medida de sus posibilidades la reparta.

Es terrible e intolerable. Qué impotencia, madre.

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